miércoles, 3 de agosto de 2011

(bla)

como todas las mañanas, el colectivo vacío no paró y el chofer del lleno, con su mejor cara de chancho aplastado, abre la puerta con su clásico cantito amenazador, "vamos que arranco", menos mal que me tocó el de asientos ergonómicos. así termino el viaje número uno.

viaje número dos, por la radio suena un blues que me hace quitar los auriculares mientras dura. el inspector lo nota, me mira a través del espejo de un ya semivacío colectivo azul y sonríe.
devuelvo la sonrisa pensando que bueno que no es el típico gordo libidinoso con cara de puerco, hoy no lo hubiese podido soportar.

llego a la parada, toco el timbre, respiro hondo y bajo. mientras me encamino hacia el maldito universo capitalista que me permite sobrevivir, pienso en lo que ya varios me dijeron, y me pregunto ¿será bueno o malo no poder evitar que los otros se den cuenta siempre como estás?

no lo sé. por lo pronto, prefiero disimularlo ante el jefe visitador de turno, que aún soy muy joven para ser encarcelada por haber empujado a ese cerdo debajo de alguno de los colectivos que ininterrumpidamente pasan por la esquina.

momentos antes de entrar, se me viene a la mente solo una imagen: "los animales, asombrados, pasaron sus miradas del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quien era uno y quien era otro" y, en mi imaginación, yo soy el animal inferior, y todos mis jefes, un conjunto de cochinos.

¿conclusión? george orwell, descansa en paz.